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Las andanzas de Lu*

Picante...

Picante...

De vez en vez me atrapa la necesidad de estar en casa... Todo empieza con un vacío inexpicable, una necesidad, una urgencia que se va traduciendo en ansiedad; tardo algún tiempo en comprender este estado mío, muy mío y muy particular. Y sucede de pronto, ahora entiendo todo, ahora llegan a mi cabeza los borrosos cristales de la nostalgia.

La patria se lleva en el estómago, el hogar se encierra en los sabores y olores propios de la cocina, la tierra traduce su idioma y exige: Necesito Sabor! Necesito rodearme de los míos, de mi casa, mi familia, mis amigos y ciudad. En ese instante preciso, no antes, no después, de ese placer pecaminoso que entra por a boca, recorre la sangre y llega al cerebro haciendo estallar las lógicas y sentidos.

Chiles, chiles bien picantes, adobados o jalapeños, güeros o prietitos, dulces o amargos... Corro hacia la despensa, sé que en algún lugar "protegido" tienen que estar, lo sé muy bien porque en mi equipaje, sin importar lo que costara el exceso, los traje conmigo, cruzaron conmigo tierra y mar. Estan ahí, en su brillante lata.. Me miran, los miro, sonreímos porque nos conocemos, somos cómplices, hemos vivido y recorrido el camino juntos, si... Ahí estan... abro la lata...

El olor es inconfundible, un olor que te penetra sin respeto y te hace salivar, prometiéndote un encuentro,  la inminencia del sabor, la creciente proximidad del inmenso placer. Los labios van sintiendo de a poco su poder voluptuoso, empiezan a arder... Los menos valientes saldrían corriendo a buscar un galón de agua, pero yo no, yo me quedo aquí atada a la silla con los ojos fijos en la inmensidad (o en el reloj de la cocina, da igual!)

La mente no sabe qué hacer, lucha y se resiste, sabe que en cualquier momento esta a punto de ceder.. y cede. Cede a la sensualidad de mi pueblo caliente, cede ante la visión de cuerpos morenos y mujeres de caderas redondas. Cede ante la injusticia de mi pueblo que sufre, cede y cierra los ojos porque estaba ansiosa de consumar su candente comunión. 

Esa inocente tortura se va acercando a la garganta, lastima alegremente las cuerdas vocales y llega al estómago; antes, en su recorrido por el torrente sanguíneo, llegó al corazón y lo rebozó de alegría. Mis ojos lloran, mezcla de gozo y desesperación, mi nariz empieza a constiparse pero no claudico... Un bocado y otro más. Mis labios estan hinchados, rojos, sensibles, pecadores... Han experimentado, otra vez, su petit morte, su singular orgía de olor y sabor... Ahí, uno a uno los momentos; ahí, uno a uno los amores; ahí uno a uno los amigos, las canciones.

Aún permanece en mí el recuerdo de hace un instante, mis labios siguen quemados por el poder de mis chiles bien picantes, mi respiración y pulso van volviendo a su estado habitual, mi cabeza aún esta volando sobre mi infancia y adolescencia. Mi orgulloso y erguido corazón grita en silencio: ¡México! Mi alma se calmó, mi añoranza encontró una fuga, mis anhelos de volver han parado... Si, han parado por ahora, pero van a volver, pero ya sé cómo atajarlos, darles la bienvenida y dejarlos entrar. ¡Por mi hermosa patria!

 

Lu*

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